viernes, 26 de febrero de 2016

La de ojos blancos

Su piel cetrina, resquebrajada, se estaba destrozando como su alma, corrompida.
Temblaba y dirigía su mirada en ningún lugar, sus manos parasitarias, no paraban de moverse. Pero su voz, su voz era lo que mas te destrozaba, era una voz muy áspera, adolorida, decía que había muerto su hijo.
Habían matado al chico, sin piedad, descuartizándolo como quien corta a un pollo, o se diseca un sapo. La mujer, desesperada tocaba en todas las puertas del barrio, gritando ¡Mataron a mi hijo!
La palidez y los labios secos de aquella mujer espantaban a todos. Como si ella también hubiera muerto, perdida en todas las tristezas. Como un árbol seco, quedó silenciada.

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